martes, 6 de enero de 2009

El teletransporte (1ª Parte)

En el ámbito de la ciencia-ficción, uno de los recursos más utilizados es el teletransporte, que es un método utilizado para mover, de alguna forma para nosotros desconocida, objetos desde un lugar inicial hasta otro final, de forma casi instantánea, sin tener que recorrer la distancia que separa al uno del otro, por lo menos de forma consciente.


En 1877 apareció la primera referencia al teletransporte en un cuento titulado “The man without a body”, de David Page Mitchell, en la que un científico encuentra un método para dividir un gato en sus átomos y mandarlos por telégrafo. Hay muchas más obras que tratan el tema del teletransporte como por ejemplo, “The disintegration machine” de Arthur Conan Doyles, publicada en 1927, y posteriormente, las novelas presentadas en la edad de oro de la ciencia ficción por A.E. van Vogt, George Langelaan y Algis Burdrys, autores que ya utilizaron el término de teleportación, introducido por Charles Fort en la década de 1930.

El término se popularizó gracias a la serie Star Trek, que al no contar con un presupuesto lo suficientemente grande como para recrear los aterrizajes de las naves en los planetas que visitaban, idearon un método para transportar a los tripulantes a la superficie que debían explorar. Para ello se servían de un aparato llamado “transportador”, que les permitía mandar objetos, incluso seres vivos, desde la nave hasta el lugar deseado, siempre y cuando este segundo no estuviera muy alejado.
De las mentes de los guionistas y escritores de ciencia-ficción han surgido muchas ideas para realizar esta proeza, que de tener aplicación posible en el mundo real nos ahorraría mucho tiempo y esfuerzo en nuestros desplazamientos diarios.


La filosofía del teletransporte


En general, cuando pensamos en el teletransporte, se nos ocurre un dispositivo muy clásico, consistente en dos cajas metálicas, separadas por una distancia de x m la una de la otra, y con capacidad para un ser humano, al estilo de las que utiliza el Doctor Frink en la serie “Los Simpsons”. La idea es introducirse en el interior de una de las cabinas para aparecer en la otra. Llegados a este punto ya comienzan a surgir las primeras preguntas, ¿Existe una cabina transmisora y una cabina receptora, o da igual en cuál de las dos nos introduzcamos que siempre iremos a parar a la otra? Independientemente de ese aspecto técnico, ¿Cómo es posible transportar un objeto de esa forma?







En realidad, por una parte no parece muy complicado. Sabemos que toda la materia que nos rodea está formada por átomos, de un número limitado de elementos que existen, dispuestos en el espacio con una determinada geometría, y un tipo específico de enlace entre ellos. Además, también sabemos que dichos átomos se pueden dividir en quarks.

Todos esos datos no son más que información. Y tenemos herramientas para manipular, clasificar y guardar dicha información: los ordenadores. Evidentemente, el ordenador que utilicemos no puede ser el típico ordenador de mesa, si no que debería ser un Superordenador, como los que posee la NASA(aún así podríamos tener dificultades para almacenar toda la información). Bastaría con colocar el objeto que deseamos teletransportar en una bandeja de “scanner” del ordenador, de forma que este pueda identificar la distribución de cada uno de los átomos y todas sus características individuales, desmontar el cuerpo en la cabina del teletransporte, y volver a armarlo en la otra cabina utilizando la información guardada en el disco duro, al igual que nosotros somos capaces de construir algo de meccano, y tras haber memorizado la forma de la pieza, montarla de nuevo en otro lugar.

Sin embargo, para reproducir la pieza de nuevo se nos presentan dos posibilidades, o bien nos desplazamos hacia el lugar indicado portando nuestras piezas y una vez allí, repetimos la construcción, o bien, cogemos piezas que se encuentren en ese lugar y que sean idénticas a las que nosotros utilizamos y construimos el modelo. Si utilizamos el primer método, debemos tener cuidado de no perder ninguna pieza, pues si no, no podríamos volver a montar el diseño. Quizás pudiéramos encontrar una de repuesto del mismo tipo, pero ya no sería el mismo objeto, estaría ligeramente modificado. No nos gustaría que nos pasara nada parecido si tratáramos de reconstruir una persona. Debemos asegurarnos además de que contamos con las herramientas necesarias para construir el mecanismo en el nuevo lugar o portarlas con nosotros, cuidando de que no se rompan o se estropeen. En realidad, como suponemos que los materiales de los mecanos no tienen conciencia de sí mismos, no nos preocupa desmontarlos y trasladar el todo dividido en sus partes, pero transportar a una persona, a la que se le atribuyen una conciencia de su existencia, derivada en gran parte de su percepción de la realidad y sus recuerdos de la misma, y un carácter emotivo, que se desarrolla como consecuencia de lo primero (Si no pudiéramos tener conciencia de nosotros mismos, no podríamos alegrarnos o entristecernos por vivir una determinada situación, simplemente viviríamos. Se supone que el carácter emotivo sólo se desarrolla en seres vivos de mediana inteligencia), no parece filosóficamente un problema tan sencillo de resolver. ¿Cómo y dónde se guardarían los recuerdos de esa persona de su vida pasada? ¿Estarían dichas vivencias guardadas en los átomos que componen a la persona, y por tanto, sólo serían un trozo más de información que enviar? Los recuerdos pasados son una parte muy importante de la vida personal de cada individuo. Son su historia, todo lo que le ha ocurrido, lo que le diferencia del resto de seres que pueblan este planeta, le confieren un carácter a ojos de los demás y a sus propios ojos. Al final, la gente que nos rodea nos recordará, valga la redundancia, por lo que hayamos hecho en determinados momentos y nos clasificarán utilizando diferentes adjetivos según consideren nuestras acciones dentro de su escala de valores personales. Así pues, las vivencias y el recuerdo de ellas son muy importantes, y la falta de los mismos, por un shock o por una enfermedad, suponen, en la mayoría de los casos, la aparición de un terrible sentimiento de soledad y confusión en el individuo. La pérdida de su identidad. El hombre sería Nadie. Y Nadie no puede existir, y si lo hace, no es relevante, porque no tiene poder para interactuar con el medio que le rodea. Los demás le recordarán por lo que el individuo hizo, pero él sin conciencia de su pasado, no encontrará el vínculo emocional que le une al mismo. Resetear el disco duro humano parece cruel y angustioso. Debe existir la capacidad para salvar toda esa información, de lo contrario, no podríamos utilizarlo. ¿Quién sería capaz de sacrificar todo eso por viajar de esa forma? No nos olvidemos que si perdemos los recuerdos es probable que perdiésemos también todos nuestros conocimientos. Apareceríamos en otro lugar como un adulto con el cerebro de un niño recién nacido, ligeramente más deteriorado, en realidad.



La segunda opción en la que planteábamos la posibilidad de utilizar piezas y herramientas disponibles en el nuevo lugar también nos presenta un problema filosófico. Es obvio que en este caso acabaremos teniendo dos construcciones, una en el lugar inicial y otra en el lugar de destino. Idénticas en la forma y los componentes, pero distintas a la vez. Son el mismo tipo de máquina, idénticas la una a la otra, pero no son la misma máquina. Como en el caso anterior, si los recuerdos y la conciencia van implícitos en la información de nuestros átomos, existirán a la vez dos personas iguales en lugares distintos. ¿Cuál de ellas sería real? Ambas serían reales ¿Cuál sería entonces la original? La que está en la primera máquina, en la zona de salida. Eso no es cierto. No es posible saber cuál es la original, ambas lo son, porque ambas tienen los mismos recuerdos, las mismas vivencias, conocimientos y sentimientos. En este caso, no debería realizarse el transporte porque colocaríamos al individuo, en este caso, individuos, en una situación psicológicamente muy estresante. Como en el caso anterior, la existencia de dos personas exactamente iguales, produce una sensación de falta de identidad real. Es cierto que esto ocurre en la actualidad en los gemelos idénticos, pero no es el mismo caso, ni mucho menos. Estamos la situación de que exista la misma persona en dos lugares distintos. Ambos casos se diferencian, otra vez, por los recuerdos, las vivencias personales, que son mediante las cuales los individuos desarrollan vínculos, y establecen su identidad propia. Los gemelos idénticos son exactamente iguales físicamente, esto puede ser ligeramente traumático, pero son conscientes de que son diferentes del otro, porque su percepción de la realidad, y los recuerdos que atesoran de la misma son diferentes, no han vivido la misma situación en el mismo instante de tiempo en todos los instantes de tiempo de su vida. Sin embargo, nuestro hombre transportado no sólo compartirá el mismo físico, si no la propia identidad. Los seres humanos necesitamos por naturaleza formar parte de un todo, designado por nosotros mismos sociedad, y cumplir una misión dentro de la misma, pero a la vez necesitamos sentirnos diferenciados del resto, especiales. ¿Por qué? ¿A ojos de quién queremos parecer diferentes de cualquier otro? Nos gusta pensar que somos únicos, un producto original e irremplazable. En nuestra situación y tal y como se ha desarrollado la sociedad, esta diferenciación es necesaria, ya no a ojos del resto, ni de los propios dioses siquiera, si no a nuestros propios ojos. Esta conciencia de irremplazabilidad, nos imbuye de cierta responsabilidad moral, en primera instancia, aunque no todo el mundo la asume, pero además nos aporta una identidad única y la sensación de que nuestro trabajo es importante y necesario. Nuestra vida, aunque está dentro del ámbito social, es privada y podemos manejarla a nuestro antojo, sabiendo que seremos nosotros los que cargaremos con las consecuencias de nuestras acciones. Si hubiese más individuos como nosotros, exactamente iguales, nuestros duplicados, tal cual suena, no podríamos ser responsables de absolutamente todas nuestras acciones, porque, a no ser que los cerebros de dichos individuos estuviesen conectados, no podríamos saber qué hacen el otro o los otros yos, que anda sueltos. Falta el sentimiento de seguridad y estabilidad de que controlamos nuestro destino, porque a todos nos gusta deleitarnos en la idea de que gran parte de lo que nos sucede, si es bueno, es por méritos propios, y si es malo, es cosa de las circunstancias en las que se envuelve nuestra existencia. Es decir, que dicha situación, no podría ser sostenible éticamente, es seguro que aumentaría con mucho el nivel de delincuencia, a no ser que tratáramos con personas fácilmente manipulables, pero debemos pensar que pueda existir alguna excepción. Si nuestros otros yos hicieran cosas muy buenas en nuestro nombre, y el suyo, nos gustaría participar de ellas, y que todos supieran que somos la misma persona, podríamos incluso asesinar o chantajear a los otros para suplantarnos y llevarnos los méritos. Si nuestros otros yos hicieran cosas malas, es probable que intentáramos destruirlos de alguna manera, esto es una reacción propia de nuestro instinto de conservación (que surge como consecuencia de nuestra conciencia, pues sabemos que algún día ya no la poseeremos, y eso nos asusta. Nacidos de la nada para volver a ella), pues pondrían en peligro nuestra vida. En cualquier caso, la consecuencia más razonable, es que uno de los clones, reaccionara matando al resto, convirtiéndose así en un individuo único, con personalidad y conciencia propia, no compartida. Esto por supuesto, sería un asesinato, porque no habría forma de distinguir las copias, y ese tipo de actuación, no está muy bien vista socialmente, aunque es probable que en un juicio, condenaran al individuo por un crimen con atenuantes, por todas las razones indicadas anteriormente, sólo habría que rezar porque hubiese un juez razonable que atendiera a las razones. Es decir, que nuestra máquina teletransportadora sería, en realidad, una máquina clonadora. Esta situación se ilustra de manera muy clara, aunque no se profundiza mucho en sus consecuencias, en la película The Prestige, de Crhistopher Nolan.


Hemos analizado sólo una de las opciones, porque en el caso de que los recuerdos no formen parte de la estructura atómica y no puedan ser transmitidos al construir el nuevo individuo, lo que tendríamos sería un ser nuevo, idéntico físicamente al modelo, y quizás con la misma capacidad cerebral. Tendríamos nuevas criaturas, que desconocerían todo. Esto puede sonar cruel, quizás demasiado utilitarista pero, ¿para qué queremos colocar en un nuevo planeta o donde vayamos a teletransportarnos, un ser físicamente igual que nosotros, pero incapaz de entendernos porque no posee conocimientos previos de ningún tipo? Los bebés tardan aproximadamente 1 año en empezar a hablar, ¿cuánto tardaríamos en enseñar a nuestra réplica? No creo que sea rentable, parece más adecuado desplazarnos nosotros mismos por mucho tiempo que nos lleve hacerlo. Además, no está muy claro si nuestro nuevo “amigo” sería un ser humano o no. ¿Qué es un ser humano? ¿Alguno de vosotros se lo ha preguntado alguna vez? Quizás es aquello que nace de una mujer, digo que nace, que nadie se escandalice, que ya sé que los hombres también intervienen un poco en el proceso, porque hay gente que no considera que los embriones son personas hasta que pasan unos pocos meses de vida y se define su forma humana, antes no, y así se justifica el aborto en muchos casos. Incluso los más radicales, mantienen que un niño hasta que no comienza a tener recuerdos no es una persona. En cualquier caso, sea o no una persona, no atenderá a razones y no nos ayudará en nuestra tarea. En mi opinión, este último método no nos aportaría más que problemas.

En conclusión, el teletransporte sólo podría ser lícito si realizáramos exactamente eso: teletransportar a una persona tal cual, a otra posición del espacio, no hablemos de otro momento en el tiempo, porque eso ya se nos escapa, de momento. Movernos de A hasta B, siendo los mismos.






















Referencias:

http://es.wikipedia.org/wiki/Teleportaci%C3%B3n (4-1-2009)

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